La mamá de Toño, que era muy
organizada, no dejaba nada para el último día. Veinte días antes de la Navidad,
compraba todo el turrón y los dulces que
se iban a comer en aquellas fiestas. Turrón blando, de chocolate, de crema
quemada, duro, mazapán…. y lo escondía en lo más alto de la despensa. Ya
conocía de sobra lo goloso de su hijo.
Toño, con tan sólo siete años, era un niño muy especial. Tenía una habilidad
innata que le proporcionaba distracción a todas horas. Para él no existía el aburrimiento, todo lo que llegaba a sus manos
lo transformaba, en poco tiempo, en algo
tangible o visual. Unas tablas viejas encontradas en la basura, en pocas horas
eran el rifle de Buffalo Bill, con el que jugaba al oeste americano y a los
indios. Si eran lápices de colores, dibujaba todo lo que veía a su alrededor, a
su perro Bronco, a su hermana pequeñita
sentada en la trona…. Sus libros escolares estaban llenos de dibujos, ranas,
gatos, lagartijas…. Hasta se atrevió a dibujar un angelito con corona y alas
que levitaba por la espalda de la sotana del Padre Manolo. Tal era su habilidad
que lo consiguió, mientras explicaba una lección de geografía, en su paseo de un lado a otro de la clase y en
sus breves paradas.
Nunca sabías dónde estaba el niño,
se escurría con una facilidad asombrosa y su madre, tras mucho buscar, al fin
lo encontraba en el rincón más insospechado de la casa. Debajo de la mesa
camilla, en la despensa agazapado entre las botellas de leche, detrás de la
puerta escondido entre las chaquetas
colgadas en la percha y cómo no, siempre
con algo entre manos.
Dos días antes de la Nochebuena,
la madre de Toño, se disponía a colocar los dulces navideños en la bandeja de cristal de Murano, de cada
año. Cuando al llegar a la despensa, se percató de que en el estante donde había dejado el
turrón y todo lo demás, sólo encontró un hueco vacío.
-
Toño, ¿no habrás sido capaz de comerte todos los
dulces guardados en la despensa, verdad?, ¡cómo lo hayas hecho, los Reyes Magos
te traerán carbón, que lo sepas!
-
Mamá, no te enfades no me los he comido, sólo
jugaba con ellos.
-
¿Qué? Dime donde están inmediatamente.
El niño cogió de la mano a la
madre y la acompañó a su habitación. Abrió el armario y allí estaban los dulces, pero colocados de una forma muy peculiar. Toño
se había entretenido en modelar el turrón, de todos los sabores y textura,
hasta conseguir hacer un Belén. Sobre
una plataforma de chocolate, se situaba el
pesebre, las casitas de labradores, las ovejitas,
la estrella fugaz, la vaca y el buey… el
niño Jesús, la Virgen María, San José, los Reyes Magos y los pastores eran
figuritas de mazapán.
La madre se quedó tan sorprendida
de la habilidad y creatividad de su hijo, que no tuvo fuerza moral para
reñirle.
-
Hijo mío, dame un beso. ¡Nunca he visto un Belén
tan bonito! Lo pondremos en el centro de la mesa y no lo iremos comiendo poco a
poco – tenemos un artista en la familia, pensó.
Toño miró a su
madre con asombro – es la primera vez que no me ha reñido, ni me ha
castigado mamá. Eso es, que me he portado bien y por eso vendrán los Reyes
Magos a traerme los regalos, pensó.