“Prometí volver con la mirada llena …. Y así ha sido.”
Ya en casa y con la evidencia de una
etiqueta aérea “Nueva York - Madrid”
me pregunto …
aquel
viaje ¿fue un sueño o fue real?.
Tras un interminable día sin noche
ingrávida entre el océano y el cielo,
pisé tierra firme en Nueva York
cuando el reloj marcaba las 22 horas en Time
Square.
Luz, color, paneles publicitarios,
proyecciones en tres dimensiones,
multitudes, tráfico…
un coctel de estímulos visuales, sonoros y sensoriales,
combinado agridulce difícil de saborear,
sorprendida asistía al despertar de un día de ciencia ficción,
a no ser por la carita de la luna que
me sonreía
despreocupada como si todo eso no
fuera con ella.
Nueva York se la puede mirar,
a lo largo, a lo alto y a lo ancho,
pero la mires por donde la mires
te sorprenderá siempre con un guiño.
A lo largo la prisa acecha en
Midtown,
la quinta, la sexta, la séptima …
calles huérfanas de nombre y
apellidos,
una pasarela multicolor de gentes del
mundo,
desfilan soñolientas por los Starbucks
con un vasito de café o té echando
humo,
activador del interruptor del nuevo día.
Los taxistas encienden y apagan el día en
amarillo,
exhaustos transeúntes se arrastran por el
asfalto,
dispuestos a pagar cualquier propina
con tal de que les lleven a ese
destino
imposible de llegar a pie de calle.
A lo alto y al atardece desde un
rascacielos,
como suspendido en el cielo,
el Empire orgulloso de saberse el dueño de la ciudad,
me mira frente a frente poderoso y galáctico,
cuajado de ojos encendidos de inquilinos
sin rostro, ni edad.
Y a lo ancho desde Brooklyn
con el rio Hudson por medio,
el
horizonte se divisa en vertical,
la ciudad se eleva como una muralla de cristal
detrás imagino la nada
un antes y un después
un principio y un final.
Nueva York desafía al sol y a la luna,
al equilibrio arquitectónico y
emocional,
a las leyes naturales cuando florecen los cerezos en Central Park
frente a
bloques de cemento y acero,
a las estaciones climáticas cuando en
primavera nevó,
un viento del Canadá azotó con fuerza una noche la ciudad,
el frío y la nieve nos sorprendió y mi
salud se resintió.
Subir al metro de Nueva York es viajar
contra el tiempo,
en un solo día …
asistes al despertar bullicioso de un
mercado de Shanghai,
te adentras en la Italia callejera a la hora de comer
y acabas en el atardecer de un
silencioso barrio judío de Israel.
Una mañana desquiciante en los outlet de Manhattan
se equilibra tumbada a la tarde en el césped de la
Universidad en el Village,
con niños, mamás, papás y otros
neoyorquinos ajenos al bullicio.
………/……..
Nueva York allí quedó …
no fue un sueño fue real,
me fascinó y a ella volveré
cuando los cerezos florezcan en
Central Park.