miércoles, 10 de septiembre de 2014

Nueva York con anginas





“Prometí volver con la mirada llena …. Y así ha sido.”   
 








  





Ya en casa y con la evidencia de una etiqueta aérea “Nueva York - Madrid”
me pregunto …
aquel  viaje  ¿fue un sueño o fue real?.

Tras un interminable día sin noche
ingrávida  entre el océano y el cielo,
pisé tierra firme en Nueva York
cuando el reloj marcaba las 22 horas en Time Square.

Luz, color, paneles publicitarios, proyecciones en tres dimensiones,
multitudes, tráfico…
un  coctel de estímulos visuales, sonoros y sensoriales,
combinado agridulce difícil de saborear,
sorprendida asistía  al despertar de un día de ciencia ficción,
a no ser por la carita de la luna que me sonreía
despreocupada como si todo eso no fuera con ella.

Nueva York se la puede mirar,
a lo largo, a lo alto y a lo ancho,
pero la mires por donde la mires
te sorprenderá siempre con un guiño.

A lo largo la prisa acecha  en  Midtown,
la quinta, la sexta, la séptima …
calles huérfanas de nombre y apellidos,
una pasarela multicolor de gentes del mundo,
desfilan soñolientas por los Starbucks
con un vasito de café o té echando humo,
activador del interruptor del nuevo día.

Los taxistas encienden y apagan el día en amarillo,
exhaustos transeúntes se arrastran por el asfalto,
dispuestos a pagar cualquier propina
con tal de que les lleven a ese destino
imposible de llegar a pie de calle.

A lo alto y al atardece desde un rascacielos,
como suspendido en el cielo,
el Empire orgulloso de saberse el  dueño de la ciudad,
me mira frente a frente poderoso y galáctico,
cuajado de ojos encendidos de inquilinos sin rostro, ni edad.

Y a lo ancho desde  Brooklyn  con el rio Hudson por medio,
el  horizonte  se divisa en  vertical,
la ciudad se eleva  como una  muralla de cristal
detrás  imagino la nada
un antes y un después
un principio y un final.

Nueva York desafía al sol y a la luna,
al equilibrio arquitectónico y emocional,
a las leyes naturales cuando  florecen los cerezos en Central Park
frente  a  bloques de cemento y acero,
a las estaciones climáticas cuando en primavera nevó,
un viento del  Canadá azotó con fuerza una noche la ciudad,
el frío y la nieve nos sorprendió y mi salud se resintió.  

Subir al metro de Nueva York es viajar contra el  tiempo,
en un solo día …
asistes al despertar bullicioso de un mercado de Shanghai,
te adentras  en la  Italia callejera a la hora de comer
y acabas en el atardecer de un silencioso barrio judío de Israel.      

Una mañana desquiciante  en los outlet de Manhattan   
se equilibra  tumbada a la tarde en el césped de la Universidad en el  Village,
con niños, mamás, papás y otros neoyorquinos  ajenos al bullicio.

………/……..


Nueva York allí quedó …
no fue un sueño fue real,
me fascinó y a ella volveré
cuando los cerezos florezcan en Central Park.