viernes, 26 de octubre de 2018

Vértigo


                   





                Sólo cuando duerme permanece mínimamente tranquilo. Aunque la arruga instalada en su entrecejo es un abismo, que da mucho vértigo. Ayer fue un mal día y antes de ayer y el otro y el otro… ya no recuerda los despertares recién duchado y perfumado listo para enfrentarse con ilusión a la vida. Son muchas las concesiones regaladas a cambio de un soplo de oxígeno.  Muchas horas consumidas a golpe de frustraciones, limosnas para sobrevivir, un quita y pon a golpe de un tacón. Él que se creía útil, con la dignidad y el esfuerzo de dejar huella en este mundo, de saberse conocedor de su valía, se mira al espejo y no se reconoce, cada vez está más pequeño, más reducido, a pesar de que en diciembre cumplió 50 años.       


jueves, 4 de octubre de 2018

Un verano agridulce








Desde que hace tres años mis padres se compraron un apartamento en la playa, cada verano de julio a septiembre abandonamos la ciudad para instalar allí nuestra residencia habitual.
            Todas las mañanas la misma rutina, a las 11:00 h. salimos de casa cargados de trastos. Yo me encargo de la sombrilla y la silla plegable, mi hermano pequeño del cubo y el rastrillo y mi madre de la cesta repleta de toallas, cremas y demás utensilios playeros.
            Un fogonazo de luz me obliga a cerrar los ojos. Alcanzamos la acera después de bajar los tres escalones que nos separan del portal. Doblamos a la derecha y lo primero que nos encontramos es la tienda de Lucy, un establecimiento abastecido de todo tipo de artículos, desde bebida y comida hasta toallas, colchones de playa, cremas solares … todo lo necesario para que el turista, despistado, tenga a mano lo necesario para disfrutar de sus vacaciones.  Seguimos recto y pasamos por la terraza del Hotel Perla; su redonda piscina derrama niños achicharrados que entran y salen por todas partes, mientras sus   grasientos padres esparraman sus barrigas sobre las hamacas, sorbiendo sin hartura litros y litros de cerveza.  Andamos hasta alcanzar la calle principal con bastante tráfico en ambas direcciones, cruzamos por el paso de cebra; no necesitamos mirar al frente para intuir la cercanía del mar, “una brisa sanadora nos avisa de su presencia”, expresión propia de mi madre, que cómo siempre tiene razón; el agua del mar cura todos mis arañazos y el aire los restos de mis resfriados del invierno. Avanzamos hasta alcanzar el paseo, hay varias entradas para llegar a la playa, pero nosotros siempre cogemos la que está al lado de la ducha. Mis pies se hunden en la   arena produciéndome un masajeo muy agradable, me encanta ver la estela que dejan mis huellas hasta alcanzar la orilla.  Nuestra meta es un conjunto de sombrillas unas de rayas azules y blancas y otras de blancas y amarillas, situadas a la izquierda de la caseta del socorrista. Justo en ese lugar es donde siempre nos reunimos con nuestros vecinos, para disfrutar de los baños de sol y mar de cada verano. Lo primero embadurnarnos de crema para no quemarnos, ese olor a “Nivea” ya se quedará impregnado en nuestra piel, por lo menos hasta que terminen las vacaciones.
            La señora Mari, con su inconfundible acento gallego, es la primera en llegar acompañada por sus dos hijos gemelos Rafa y Miguel, su esposo Luis viene más tarde.  Luego una pareja madrileña Sonia y Pedro con sus dos hijas Paula y Paloma. Después nosotros mi hermano Andreu y yo Martín con mi madre Marga a la cabeza, mi padre trabaja y no regresa hasta las tres de la tarde.  Los últimos en llegar son “los niños de los médicos” Sergio y Marta acompañados siempre de una niñera; sus padres unos ilustres cirujanos, pioneros en una técnica quirúrgica novedosa, lo que les obliga a estar viajando de un sitio para otro dando conferencias.
            El verano anterior, la niñera fue una chica muy joven alemana, pero en esta ocasión es una mujer madura de unos cuarenta y tantos años, se llama Zorana y es de serbia. Muy atractiva, alta y de extremada delgadez, me llama la atención su larga melena canosa, recogida a veces en un elegante moño. Su voz es pausada y clara, los niños la obedecen al instante, la escuchan muy atentos cuando les cuenta historia de su país, de su familia, de su niñez. A pesar de ser una mujer muy educada y amable con todo el grupo, tiene un comportamiento un tanto extraño, en ocasiones se aleja de nosotros y con una media sonrisa nos observa abstraída, como si nos estuviera analizando. 
            Sólo reacciona y vuelve a la realidad, cuando los niños la llaman para que juegue con ellos o cuando la necesitan, entonces ya sólo existen ojos para ellos.
            La pasada noche estuve dando vueltas en la cama sin poder dormir, hacía un calor pegajoso y cansino, pensé que el balcón sería el mejor lugar para conciliar el sueño, saqué el colchón y me asomé a la barandilla, mi sorpresa fue que enfrente estaba Zorana tambaleándose con una enorme bolsa negra para tirar a la basura. Había alquilado un apartamento justo enfrente de nuestra casa, su horario de trabajo sólo era por la mañana ya que, la abuela de los niños se encargaba de ellos el resto del tiempo. En principio no me pareció raro, aunque no eran horas, las tres de la madrugada marcaba el reloj del comedor, pero lo extraño fue cuando hizo un par de viajes más, cargada de dos nuevas bolsas. ¿De qué se estaba deshaciendo? ¿Qué contenían esas bolsas?  – pensé desconcertado.  
            A los dos días siguientes, nos enteramos de que Zorana se había suicidado.