viernes, 25 de diciembre de 2015

Un cuento de Navidad









Había una vez una niña llamada Irene, vivía en el último pueblo de la comarca, de nombre Mancorazón,  más allá de él ya sólo había bosques y montañas.
Faltaban muy pocos días para la Navidad y como de costumbre, sus padres y ella se pusieron manos a la obra con el belén de aquel año.  Para ello, lo primero que hicieron aquella mañana fue  salir al campo muy tempranito y recoger el musgo del primer rocío de la mañana.  Ya en casa, desplegaron la mesa y la forraron con papel marrón, sobre ella modelaron el paisaje, montañas, ríos, valles… y lo llenaron de casitas de labradores, mujeres lavando la ropa en el rio junto a los patos, granjas con sus gallinas y sus cerdos, pastores con sus ovejas… Por supuesto,  no podía faltar el  caminito, por dónde los Reyes Magos llegaban al portal, guiados por su estrella. El pesebre estaba hecho de corteza de árbol. Cuando La Virgen María, San José,  El Niño Jesús, la mula y el buey  ocupaban su sitio, ya se podía decir que estaba terminado el belén.
Irene tenía ocho años, todas las Navidades desde que tenía uso de razón, hacía la misma maniobra, se lo tomaba como un juego muy emocionante. Cada noche antes de dormir, se acercaba al belén y adelantaba con sus manitas a los camellos de los Reyes Magos, a través del caminito, haciéndoles avanzar cada día un pasito más. Cuando, por fin llegaban al portal, Irene se ponía muy contenta porque eso significaba que ya había llegado el momento, de que los reyes vinieran a su casa y le dejaran los juguetes que les había pedido. 
Pero aquel año ocurrió un acontecimiento inesperado. Cada mañana, cuando iba a comprobar el belén, se daba cuenta de que los camellos estaban en el mismo lugar, no se habían movido ni un paso.  Llegó la noche de reyes, y todo seguía igual. Irene estaba muy triste, pensaba que ese año no le traerían ningún juguete, tal vez,  se  había portado mal.
En Mancorazón, los Reyes Magos de Oriente Melchor, Gaspar y Baltasar atravesaban las montañas hasta llegar al pueblo. Todos los niños los recibían en la Iglesia; al llegar a  la entrada,  los camellos doblaban sus largas patas y los reyes acompañados por sus pajes entraban hasta el altar y  se sentaban en sus tronos.
Irene, era una niña muy tímida, hablaba a través de sus grandes y redondos ojos verdes,  aquel día su madre le había recogido el pelo en una cola de caballo, pero sus rizos rebeldes se resistían y caían libres sobre su rostro.
¡Hija! ¿no estás contentas de ver a los Reyes Magos?
Mamá a mi no me traerán nada este año.
¿Pero por qué dices eso Irene? 
Porqué lo sé, mamá.
Los reyes iban diciendo los nombres de los niños y ellos se acercaban a recoger sus regalos. Ya casi no había nadie en la Iglesia,  cuando oyó su nombre; estaba justo a punto de ponerse a llorar.
¡Mamá me han llamado, no puede ser!
¡Qué sí hija, anda ves!
Iba por el pasillo despacito, asustada,  mirando para atrás a su madre, como si no se lo creyera. Llegó y fue el Rey Melchor el encargado de darle su regalo, ¡su rey favorito!, la subió en sus rodillas y comprobó su larga barba blanca.
Irene este año te has portado muy bien y aquí tienes la bicicleta que nos pediste. Pero quien no se han portado nada bien han sido tu padre y tu tío, ellos tendrán carbón como se merecen.

sábado, 28 de febrero de 2015

Remenbrances



“En un atardecer cualquiera paseando por la judería de Palma”

 


Racons solitaris, abandonats…
avui buits,
fa temps transitats.

Portes velles, deixades…
avui tancades,
fa temps obertes i pintades.

Botigues silencioses, destenyides, entelades…
avui empolsinades,
fa temps bullicioses i orejades,

Racons, portes, botigues…
remenbrances d’un passat recent,
d’enyorances, d’un present existent
i desig d’un futur neixent.

Así eres Mallorca



“Este poema lo escribió mi madre cuando abandonó sa roqueta”






Eres tranquila como las aguas que te rodean,
misteriosa  como tus calles en penumbra,
bella y poderosa como tus acantilados,
eterna amante de los vientos.


Así eres Mallorca,
das al espíritu tu esencia de salitre marinero,
la paz y el sosiego en la sombra de un olivo,
amor y sutileza en un atardecer cálido como tu arena,
donde el sol abraza a las estrellas.

Eres una perla formada por el tiempo
que te asomas tímida, con miedo,
en las aguas de tu lecho,
queriendo ocultar tu luz y tu grandeza…