Julio Cortázar: “En un pueblo de Escocia venden libros con
una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca
en esa página al dar las tres de la tarde, muere.” Inspirada en esta reseña, se me
ocurrió este relato corto, en formato de carta.
Querida Paula: te escribo desde un
pueblecito de Escocia Portree, está en la isla de Sky. Pensarás que no me he
podido ir más lejos, pero ya me conoces, Barcelona me ahoga. Ahora estoy de lleno, en una novela y
necesitaba un lugar lejano y tranquilo para encontrar la inspiración. Cómo
sabes, desde que estuve viviendo unos años en Edimburgo, me enamoré de estas
tierras y cuando el tiempo libre me lo permite, hago alguna que otra escapadita. Llegué aquí por recomendación de un amigo
escocés, es un pueblecito pequeño y enmarcado entre acantilados, pasear por sus
calles es introducirse en una atmósfera de misterio. Precisamente de eso te
quiero hablar; Paula no lo creerás, pero estoy viva de milagro. Todavía aún me
tiemblan las rodillas cuando, recuerdo lo que me ocurrió ayer.
Tan solo
llevo aquí tres días. Encontré una pensión muy familiar, alojamiento y comida a
buen precio, un sitio ideal. La habitación pequeñita pero muy acogedora, una
cama, un armario y una mesita pegada a la ventana, perfecta para el
recogimiento que necesitaba. Nada más llegar le pregunté a la señora de la
pensión dónde había una librería, me interesaba leer una novela, recomendada
hace tiempo, “Ha llegado un extraño” de la escritora Molle Hunter. Me miró asustada, como si le hubiera pedido que me
acompañara a las mismas puertas del infierno.
-
Señora,
sólo hay una librería en todo el pueblo y le recomiendo que ni la pise.
Me quedé
sorprendida con la contestación y después de mucho insistir me contó el porqué
de tal afirmación. Muy recientemente habían ocurrido en el pueblo, varias
muertes de personas en circunstancias un tanto extrañas. Todas ellas, morían de
la misma manera, con un libro en las manos, comprado en la misma librería, a
las tres de la tarde y en una postura singular, sentadas y con la cabeza descolgada
hacia abajo sobre una hoja en blanco.
No le di
importancia, me parecieron habladurías y supersticiones propias de los pueblos
pequeños. Esa misma mañana me encaminé a la famosa librería. La encontré con
facilidad, estaba situada en la calle principal, la fachada era de color azul
eléctrico y a través de las dos ventanas situadas a cada lado de la puerta, se
vislumbraba una estancia, más bien, oscura. Entré y sonó una campanita,
efectivamente la estancia estaba en penumbra, estanterías repletas de libros y
un largo mostrador. El librero parecía
desaparecido, a esa hora, sería las 10, no había ningún cliente dentro. Me
dediqué a ojear los libros que tenía a mano. Estuve como cinco minutos sola,
sin rastro de ningún ser humano. En la trastienda se oyeron por fin unos pasos
y apareció un señor corpulento, de aspecto un tanto desaliñado, el pelo canoso
despeinado y medio calvo, se acercó al mostrador y me miró. Sus ojos azules
acuosos se clavaron en los míos, no pude evitar retirar la mirada. Le pedí la
novela que buscaba y se dispuso a rebuscar entre las estanterías, a pesar del
caos, enseguida la encontró. Me la dio, la
pagué y cuando me disponía a partir una voz grave me preguntó.
-
¿Qué
edad tiene señora?
-
Cuarenta
y tres – le contesté y me marché.
De
vuelta a la pensión pensé -qué tipo más raro preguntarme la edad; realmente fue
las únicas palabras que pronunció, a parte del saludo y despedida de rigor.
Ya por la
tarde, cuando empezaba a atardecer me puse a leer. La autora estaba
especializada en literatura fantástica, esta novela en cuestión, trataba de una
familia escocesa que vivía en una isla y un día recibe una visita inesperada y
muy especial.
Ya había
anochecido dejé el libro a la mitad y bajé a cenar. Me fui a la cama dándole
vueltas, al porqué el librero, tenía tanto interés en preguntarme la edad y
pensé si habría alguna relación con la historia macabra contada por la dueña de
la pensión. Al final, me convencí de que
eran tonterías y caí dormida profundamente toda la noche.
Un nuevo día
en Escocia; me desperté, miré por la ventana, estaba nublado, como de costumbre.
Se veía el mar bravo de un color gris plomizo, melancólico y bello, tan
diferente al mar azul del Mediterráneo, de donde venía. Bajé a desayunar y salí
a la calle a dar un paseo hasta los acantilados. De vuelta estaba deseosa de
coger el libro de nuevo y devorarlo, me estaba enganchando la historia. Subí a
mi habitación y me senté junto a la mesita, frente a la ventana. No me di
cuenta y estuve toda la mañana leyendo sin descansar. -Pensé, hasta que no lo
acabe no me levantaré de la silla, ahora se está poniendo muy interesante.
Ya estaba a
punto de acabarla, cuando giré la página y un blancor extraño me hipnotizó, no
podía dejar de mirar, me estaba atrapando, se dibujaba, ante mis ojos, un
camino luminoso hacía donde mi mente se dirigía sin oponer resistencia. De repente en mi cabeza retumbaba la voz de la
dueña de la pensión, explicándome lo de las muertes, la página en blanco, las
tres de la tarde… Estaba asustada, el
papel brillaba cada vez más, casi me estaba cegando. Conseguí luchar contra la
voluntad de dejarme llevar y miré mi reloj de pulsera.
-
¡Las tres en punto.
Ya no podía
casi respirar, me invadió el pánico, cerré los ojos, pasaron unos minutos y
volví a mirar el reloj.
-
¡Las
tres y cinco y no estoy muerta! - me pellizcaba para cerciorarme.
Salí
corriendo de la habitación y al llegar al pasillo me fijé en el reloj de pared
que marcaba las dos y cinco.
-
¡Mi
despiste me ha salvado la vida! Ahora
recuerdo que anoche había que retrasar el reloj una hora, ya estábamos en
invierno y se me olvidó.
Como
comprenderás mi querida amiga, después de este suceso, estoy viva de milagro,
regreso lo antes posible a España. Cuando llegue a Barcelona te llamó y nos
vemos, ya te seguiré contando.
Muchos besos
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