viernes, 9 de septiembre de 2016

Despropósito








Soy un tipo más bien solitario, tengo 31 años, nunca he tenido novia, mis amigos siempre me dicen que  en Internet encontraré la chica de mis sueños. La verdad,  no me lo creo mucho,  pero hace ya unas semanas que lo estoy intentando y no hay manera de quedar con ninguna de ellas. Mantengo relación con algunas,  aunque a la hora de quedar ninguna se anima.
Pero este último mes  estoy en conversación con Ana, parece que somos muy afines, nos gustan las mismas cosas y los dos somos de pocos amigos. Me decidí a concertar una cita y aceptó. Quedamos para vernos ayer sábado, le propuse cenar en una Pizzería cerca de mi casa se llama Palermo, nunca he ido pero tiene buena pinta. Nos encontramos en un punto intermedio en la Plaza de España.
Ya  la conocía por foto pero cuando me acerqué a ella para darle un beso me pareció más bonita todavía. No muy alta, delgada, pelo lacio castaño recogido en una cola,  con una sonrisa de niña y ojos pequeñitos negros pero muy expresivos.
Anduvimos más bien callados hacia la pizzería, antes de entrar observé que apenas había nadie, pero no le di importancia. Un camarero gordito nos acompañó a la mesa, nos sentamos y pedimos dos copas de vino rosado y dos  pizzas” cuatro estaciones”.  Pensé, coincidimos en los gustos, ¡esto pinta bien!.
     
Nos dimos cuenta que el mantel  a cuadros que cubría la mesa tenía manchas y Ana tuvo que decirle al camarero que le cambiara la copa ya que había rastros de unos labios.
-        ¿Te has fijado en las paredes? Están llenas de mugre – dijo Ana
Menos mal que no se lo dije, pero detrás de ella en la pared bajaba una cucaracha y se escondía entre la ventana.
Hicimos de “tripas corazón” y nos comimos la pizza. No alargamos mucho la velada, pues el sitio no es que propiciara una cena romántica.
-        Ana lo siento creía que esta Pizzería iba a estar bien, no la conocía, pero ahora ya sé que nunca volveré.
-        No te preocupes la pizza no estaba mal.
Le propuse ir a mi casa, pues estaba cerca,  a tomar una copa.
-        ¿Qué te apetece beber Ana?
-        Un ging tónic.

También le gusta el ging tonic  cómo a mí, pensé vamos bien. Puse una música tranquila y nos acomodamos en el sillón. Estuvimos hablando animadamente,  cada vez nos íbamos acercando más  el uno al otro, hasta que inevitablemente la besé. Ese beso siguió con otro mucho más apasionado y sin pensar ya estábamos acariciándonos con pasión. Le fui desabrochado la blusa, aquello se ponía bien, cada vez el deseo se hizo más y más evidente. Entonces me quite los zapatos para bajarme el pantalón.
-        ¡Dios tengo el calcetín roto!
Me quedé mirando en uno de mis calcetines, tenía una patata, ¡qué horror qué verguenza!.  Lo que me faltaba después del fracaso de la pizzería ahora esto. ¡Qué acumulación de despropósitos!
A Ana le dio un ataque de risa, sobre todo al verme la cara de desesperación.
-        Tranquilo, no te apures, si lo hubieras hecho adrede no te habría salido tan bien.  ¡Es un buen primcipio!.
Y nos pusimos a reír los dos sin parar.


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